De dolencias y enfermedades

Como bien explica Ken Wilber en Gracia y coraje -autor y libro absolutamente recomendables-, ante cualquier afección, las personas se enfrentan a dos ámbitos: el propio proceso patológico (la dolencia) y el trato -prejuicios, temores, expectativas, mitos, historias, valores, significados- que la sociedad da a esa dolencia (la enfermedad).
Hoy en día, acudimos al médico -ese profesional abrumado de trabajo y encorsetado por unos protocolos-conocimientos tan férreamente estructurados que no dejan lugar a medicinas tan antiguas como la china, la ayurveda, los remedios naturales de toda la vida…- y nos diagnostican una nueva enfermedad: síndrome de hiperactividad, fibromialgia, fatiga crónica, mal del contorsionista o hiperlaxia, etc.

Una vez nuestro estado tiene un nombre -eso es lo que hace el médico: lo denomina-, nosotros ya somos enfermos. Nuestra dolencia se convierte en una enfermedad. Así de sencillo. Así de contundente. A partir de ahí, vamos por la vida con nuestra identidad enferma explicando a quien nos quiera escuchar: estoy enfermo, soy un enfermo. Tal vez ni siquiera sentimos los síntomas de la dolencia, pero hemos asumido la enfermedad. Dejamos de trabajar, cobramos prestaciones de la seguridad social y, en mejor de los casos, invertimos ese tiempo-estado en hacer una profunda revisión de vida y sus pertinentes cambios.

Uno de mis trabajos cotidianos es enseñar a las personas a amar su cuerpo y a conocer, a través de él, los otros estadios de su Ser: su mente y su alma. He observado que la dolencia que mora en nosotros es una dolencia que desconocemos. Mis alumnos no padecen males físicos sino males emocionales que no han sabido integrar en sí mismos y que se traducen en ansiedad, depresión, úlceras, dolores crónicos de cervicales, dorsales o lumbares, afecciones cutáneas derivadas de procesos nerviosos, etc. No son enfermos, son, en última instancia, personas que demandan cariño y atención.

Si hoy, si ahora, si ya, tenemos en cuenta que vamos a morir, si nos invade esa implacable certeza, empezaremos a amar realmente nuestra paso por la Tierra y dejaremos de ser víctimas de la sociedad-sistema que quiere convertirnos en consumidores anónimos y nos responsabilizaremos de la cuota de vida que nos corresponde, alimentándonos como es debido, realizando ejercicio -el cuerpo humano no está hecho para ser sedentario: no tendríamos brazos ni piernas-, visitando la naturaleza y manteniendo una actitud positiva, libre de la cara oculta de las emociones.

Así, no habrá dolencias ni enfermedades. Así, seremos quienes realmente somos.

2 comentarios:

ruth dijo...

i els tontos com jo, som hipocondríacs.
ironies de la vida

aranzazu dijo...

Home, no serà per tant. De totes formes, tot i ser una profunda admiradora de Woody Allen, no hi crec en les hipocondries: què hi ha al darrere? Això és el que has d'investigar. Aquesta és la veritable ironia... Petons, wapa!!!