Reflexiones sobre el miedo, el reverso del amor



El miedo es un sentimiento profundamente egoísta.

Sólo quien posee la falsa ilusión de una identidad separada del resto, alienada y ajena al universo de seres sensibles que le rodean, puede creerse solo y apartado, creer que nadie va a ayudarle.

El miedo es profundamente egoísta porque nos mantiene anclados y condicionados a la conciencia infantil de separatividad, de creación y mantenimiento del ego aislado y en lucha permanente con todo.
Es profundamente egoísta porque nos aferramos a él para eximirnos de continuar avanzando y creciendo.

El miedo es la excusa perfecta para no entregarnos y asumir la responsabilidad de ser un hilo del gran tejido de relaciones que constituye el universo.
El universo entero nos sostiene, en una red interrelacionada de sustentación y alimento, y nosotros sostenemos al universo, somos un hilo de esa extensa e infinita conexión.
Entonces, ¿cómo vamos a sentir miedo si tenemos a un universo entero velando por nosotros?
Sin embargo, en esta reticencia a la entrega perdemos sus dones: la apertura, la confianza, la fe, el saber que nunca nada malo va a ocurrirnos, porque sencillamente, no hay nada que temer.

Cuando las puertas de la percepción se abren te percatas que no hay nada que temer porque en esa apertura integras que todo es benéfico y bondadoso, que no hay peligro.
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El miedo aparece con los límites que nos imponen desde fuera.

De pequeño, la libertad -fruto de la conciencia narcisista, omnipotente y prepersonal del niño- te impele a un mundo confiado, sostenible, a un red de apoyo recíproco -personalizada en nuestros progenitores o cuidadores- que no tiene fronteras.

Al crecer, sin embargo, los mensajes se recrudecen -si no haces esto, te ocurrirá lo otro- y entonces empezamos a sentirnos temerosos, a temer el castigo, a limitar expresiones de nuestro ser por poco adecuadas o demasiado osadas. Desaparece la confianza y se instala el temor.
Entramos, entonces, en el estadio personal, creando un ego (con sus múltiples yoes aceptados y no aceptados, convirtiéndose estos últimos en sombras que, hasta que no las iluminamos, dirigen nuestras vidas sin ni siquiera reconocerlas).
Maduramos en ese estadio, con ese ego, y esos miedos nos siguen atenazando.

El valor se presenta entonces como la otra cara de la moneda del miedo.

En ese momento necesitamos la dosis extra de valentía para romper con esos mensajes grabados a puro fuego en nuestro inconsciente, individual y colectivo. Conocer nuestros miedos nos conduce a superarlos, enfrentarlos nos pone en contacto con aquella sensación de insostenible inseguridad que nos paralizaba de niños, pero a fuerza de visitar ese lugar, a medida que el coraje se instala y cada vez somos más capaces de abrazar y sostener ese ego temeroso, la confianza se desgaja y va apareciendo la apertura, la entrega, la claridad.

La gran mayoría de retrorrománticos ensalza la infancia como el paraíso perdido (yo lo he hecho infinidad de veces), hasta que nos percatamos de que no hay que volver a la infancia (a un estadio prepersonal) sino que hay que trascender lo personal -lo egoico- hacia lo transpersonal. La confusión deriva del hecho de que ambos estadios son no personales.
Lo transpersonal o transconvencional es cultivar esa conciencia no temerosa y esa apertura a la confianza. Dejar de guiarnos por los mensajes inconscientes de nuestra mente y dar luz a nuestras reactividades.
Normalmente no decidimos, actuamos por inercia repitiendo la misma película, porque en realidad tememos caer en el abismo de nuestros miedos infantiles y seguimos reaccionando a ellos sin verdadera libertad de elección. Observar nuestras actitudes, nuestras reacciones ante determinadas situaciones, dejar de culpar a los demás o a lo demás de nuestras dificultades nos otorga la responsabilidad de conducir nuestras vidas.


En este momento de la historia, nos hallamos ante la gran oportunidad de ser verdaderamente responsables de nuestros actos, porque aquello que pensamos, decimos y actuamos nos está definiendo ante el mundo.

En este momento de la historia, ahora mismo, podemos, como especie, evolucionar conscientemente al siguiente estadio, creando una masa crítica de consciencia que nos catapulte a lo que verdaderamente somos.
En tu mano, en la mía, en la de todos, está la oportunidad, reside la misión.

Como bien recuerda Zeitgeist, la elección está entre el miedo y el amor.
Para vivir esto último hemos de enfrentarnos a nuestros fantasmas, revisar nuestras vidas, encarar el sufrimiento enquistado en ellas.

En este mundo de apariencia dual, el dolor es inevitable, el sufrimiento -quedarnos enganchados a ese dolor- es opcional, ¿cuál es tu elección?

Recuerda siempre: la (r)evolución es Ahora.

3 comentarios:

Rafael J. Rodríguez Sánchez dijo...

Gracias por esta reflexión. Llena de amor, llena de proceso de "no miedo"

Anónimo dijo...

Brillante reflexión!gracias por compartirla.Un saludo:)

Ana Isabel del Río dijo...

Hola, et volia demanar com has fet perquè surti el teu blog al blog de l'ofici de viure. Acabo d'obrir el meu i encara no se com fer-ho. Gràcies.

sinergia80.20@gmail.com