Te conviertes en Dios cuando te atreves a amar de verdad. Cuando no temes abrir tu corazón y entregarte con todo tu ser a lo que eres –todo y todos los demás-, cuando te percatas que cualquier sufrimiento ajeno es tuyo porque sois Uno y cuando, desgarrándote el alma –tu última contracción-, permites que emerja y penetre en tu ser (ultreia y suseia: más allá y más adentro) la gloria infinita de la creación derramándose en océanos de compasión.
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