Transformación


¿Acaso piensas que vas a susurrar en voz baja a la oreja del mundo sordo que te rodea? No, amigo mío, debes gritar. Grita desde tu corazón lo que hayas visto y hazlo lo más fuerte que puedas.

Grita, pero no lo hagas indiscriminadamente, sino de un modo muy cuidadoso. Permite el surgimiento en ti de pequeños núcleos de auténtica espiritualidad, centra tus esfuerzos y empieza a transformarte. Luego deja que esos núcleos vayan expandiéndose lenta, cuidadosa y humildemente hasta llegar a desarrollar una tolerancia absoluta para todas las visiones, aunque abogando de forma inequívoca por una espiritualidad verdadera, auténtica e integral, centrada en la libertad y la liberación. Permite que esos núcleos de transformación vayan persuadiendo amablemente a los yoes y al mundo, desafiando su legitimidad y también sus limitadoras traducciones, y proporciona al aletargado mundo que te rodea la oportunidad de despertar.

Comprometámonos aquí y ahora mismo -tú y yo- a respirar en el infinito hasta que el mundo acabe reconociéndolo. Deja que el conocimiento radical resplandezca en tu rostro, ruja en tu corazón y atruene en tu cerebro el más sencillo y evidente de los hechos: que, en la inmediatez de su presente, tú encierras, en realidad, toda la gloria y el esplendor, las alegrías y las lágrimas, el frío y la fiebre, de la totalidad del mundo. Tú no ves el sol, sino que eres el sol; tú no escuchas la lluvia, sino que eres la lluvia; tú no palpas la tierra, sino que eres la tierra. Esa mirada simple, clara e inequívoca pone fin a toda traducción y, en ese mismo instante, uno se convierte en el mismo corazón del Kosmos y aquí, precisamente aquí, muy simple y muy quedamente, todo concluye.

Entonces la maravilla y el remordimiento serán ajenos a ti, el yo y los demás serán ajenos a ti y fuera y dentro carecerán de todo sentido. Y en la conmoción evidente de ese reconocimiento - en el que mi Maestro es mi Yo, ese Yo es el Kosmos y el Kosmos es mi Alma-, te adentrarás lentamente en la niebla de este mundo y lo transformarás sin necesidad de hacer nada.

Entonces -y sólo entonces- inscribirás por fin la clara, respetuosa y compasiva lápida de un yo que nunca existió: "Lo único que existe es Ati".

Ati: mente iluminada.

Ken Wilber, etapa 4, Diario.

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