"El cielo sobre Berlin es una película muy bella, lírica, evocativa, hipnótica.
El guión de Wim Wenders y Peter Handke apenas tiene un argumento, dos ángeles Damiel (Bruno Ganz) y Cassiel (Otto Sander) vagan sin ser vistos por la ciudad, son testigos de los pensamientos de los hombres y les prestan su consuelo.
Pronto descubrimos que ellos no pueden experimentar en qué consiste ser humano, que aunque pueden verlo todo, no comprenden qué son las emociones, no tienen sentidos, no pueden mancharse los dedos con la tinta del periódico o saborear una taza de café.
La película es un canto de amor a la humanidad, ya que aunque nos muestre las miserias humanas, descubre que la naturaleza humana, por más que la vida esté llena de dolor, es tan valiosa que despierta la envidia de esos ángeles.
Es un poema de dos horas, que nos enseña lo bello de lo simple y de lo cotidiano y que el sufrimiento también es hermoso, porque la felicidad reside en estar vivos.
El guión explora diversas formas de divisiones que existen en la sociedad: Cielo-Tierra, Hombre-Mujer, Este-Oeste (aún existía el Muro), sensualidad-espiritualidad, pasado-presente. La belleza visual de la película es increíble. La fotografía de Henri Alekan es de las más hermosas que he visto nunca. La mirada de los ángeles se nos presenta en blanco y negro; cuando el punto de vista cambia a los hombres, la fotografía es en color. Así Wenders crea una metáfora muy efectiva de la capacidad de los hombres de tener sensaciones casi sin apreciarlo, de la incapacidad de los ángeles de experimentar sensaciones físicas. La mezcla entre esas imágenes extraordinarias, sonidos evocativos y un tempo pausado, te transporta a un estado casi hipnótico, crea una sensación única, un estado de embriaguez emocional parecido al que provocan la música o la poesía."
"Es maravilloso vivir sólo en espíritu, y día a día, eternamente, dar fe de lo espiritual en las personas. Pero a veces me harto de mi existencia espiritual eterna. Entonces quisiera dejar de flotar eternamente por las alturas, quisiera notar que tengo peso, que se anulara la ausencia de fronteras, y ligarme a la Tierra.
A cada paso, y a cada ráfaga de viento, me gustaría poder decir: "¡Ahora, ahora, y ahora!" Y ya no decir más "desde siempre" o "eternamente".
Sentarme en la silla libre en una partida de cartas. Que me saluden... aunque sea con un pequeño movimiento de cabeza.
Siempre que hemos participado en algo, ha sido fingiendo. Hemos fingido que en una velada de lucha, nos dislocaban la cadera... Hemos fingido que pescábamos en compañía... Hemos fingido que nos sentábamos en la mesa, y bebíamos y comíamos...Que nos servían cordero asado y vino en las tiendas del desierto... sólo lo fingíamos.
Siempre que hemos participado en algo, ha sido fingiendo. Hemos fingido que en una velada de lucha, nos dislocaban la cadera... Hemos fingido que pescábamos en compañía... Hemos fingido que nos sentábamos en la mesa, y bebíamos y comíamos...Que nos servían cordero asado y vino en las tiendas del desierto... sólo lo fingíamos.
No es que quiera tener un hijo, ni plantar un árbol. Pero que agradable debe ser volver a casa después de un día pesado, y dar de comer al gato, como hace Philip Marlowe. Tener fiebre, mancharse los dedos de negro al leer el periódico, entusiasmarse no sólo por cosas espirituales, sino por las comidas, por el contorno de una nuca, por una oreja.
Mentir. Como un bellaco.
Notar que el esqueleto se mueve contigo al caminar.
Suponer las cosas, por fin, en lugar de saberlo todo. Poder decir: "¡Ah! ¡Oh!" y "¡Ay!", en lugar de "sí" y "amén".
Y por una vez, entusiasmarse también con el mal. Atraer hacia sí -de los transeúntes- todos los demonios de la Tierra. Y por fin, lanzarse a cazar en el mundo. Desmelenarse. O por fin saber qué se siente, cuando te quitas los zapatos bajo la mesa, y descalzo, mueves los dedos. Así... Estar solos. Dejar que todo ocurra."
Que la disfrutéis.
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