Palabras de Raimon Pánikkar


Opinión personal sobre si mismo.

No puedo escribir sobre mí mismo. En primer lugar, por que no soy capaz. Ni siquiera tengo una lengua propia. En segundo lugar, soy demasiado consciente de que, si lo intentara, el yo acerca del cual escribiría no sería el yo que soy, puesto que soy un sujeto y no un objeto. En tercer lugar, escribir sobre aspiraciones y decisiones es como hacer proyectos. Puede ser interesante para los amigos o para las personas con las que tengo una relación personal, pero su interés se limita a este ámbito.

Y sin embargo escribo. No sobre mí mismo, sino que me escribo a mí mismo. Todo aquello que escribo es, al menos, una parte de mi yo. Todo lo que escribo es autobiográfico. Sólo pongo por escrito pensamientos que yo mismo he pensado como palabras. Yo mismo soy aquello de que escribo y escribo como alguien que habla.

Soy especialmente sensible a dejar que la palabra hable, a permitir que el lenguaje se desarrolle a sí mismo. El yo que también reside en el lenguaje (y que es diferente del ego), habla y se revela a sí mismo en la medida en que dice lo que ha de decir. Por eso el yo no se expresa completamente, y el proceso de devenir lenguaje no se produce automáticamente. El yo tiene necesidad de mí como de un mediador necesario. Soy un elemento activo de esta revelación; gran parte depende de mi transparencia, además de mi atención y otros factores.

Recuerdo un ideal: cada párrafo que escribo, cada frase, debería reflejar, en la medida de lo posible, toda mi vida y ser expresión de mi ser. Se debería reconocer mi vida entera en una sola frase, del mismo modo que puede reconstruirse el esqueleto completo de un animal prehistórico a partir de un solo hueso.

Un poco de historia

Aunque nunca he participado en una guerra ni he hecho ningún servicio militar o paramilitar, mi vida está marcada por las guerras. Mi nacimiento coincide con el fin de la Primera Guerra Mundial. Más tarde, en 1936, la Guerra Civil española interrumpió mi vida, no sólo externamente, sino también interiormente. Muchos de mis compañeros de escuela estaban en uno u otro frente; algunos perdieron allí la vida. Tres años en la Alemania nazi, hasta dos meses antes de que estallara la guerra en septriembre de 1939, me hicieron ver la brutalidad de tales regímenes militares. Al volver de nuevo a España, sufrí al saber que muchos compañeros de estudios estaban dispersos en diversos frentes y que ciudades enteras, que conocía, habían sido bombardeadas. La dictadura fue otra experiencia.

Los más de diez años de mi vida a orillas del Ganges, durante los cuales viví la condición humana en su forma más desnuda, influyeron profundamente en mi vida. Descubrí que la humanidad es plural, que el etnocentrismo occidental es sólo una perspectiva, casi minoritaria. Vi cómo puede vivirse la vida en plenitud cuando hay fe, aun con muy pocas comodidades.

Durante más de un cuarto de siglo, mi estancia en el mundo indio me confirmó aquello que desde mi infancia había sido un vago sentimiento: la identidad humana es transcultural y no puede tener, por tanto, un solo punto de referencia.

La actividad académica en Estados Unidos me enseño, una vez más, lo diferente que es el Nuevo Mundo de la vieja Europa y lo incomesurable de Oriente cuando quiere ser medido con patrones occidentales, o viceversa. Otro cuarto de siglo lo repartí entre una de las ciudades más ricas del Estado más rico de la nación más poderoso y su contrario (a doce horas de viaje), una de las ciudades más caóticas en uno de los Estados más “subdesarrollados” de uno de los países más pobres del mundo: entre Santa Bárbara, en California, en los Estados Unidos, y Varanasi, en Uttar Pradesh, en la India. Mi vida interior era, literalmente, el único punto de unión entre dos esferas de mi vida.

Sin estas experiencias u otras comparables es prácticamente imposible superar la creencia moderna de que el desarrollo humano ha seguido una sola línea y culminen las conquistas universales del homo technocraticus.

No me he sentido entre Oriente y Occidente, sino en el medio, en sus versiones hindú/buddhista y cristiana/secular, que han pasado a formar parte de mi universo personal. Respecto a las anécdotas y a las llamadas experiencias religiosas de mi vida, prefiero mantener silencio.

Fuente: http://sapiens.ya.com/humanidad/ex-text4.html

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