Días lúgubres

Hay días que son maravillosos pero que no disfruto porque mi estado de ánimo es decadente.
Días que nacen, como nuevos brotes de una flor infinita de tiempo, y no aprovecho en absoluto por estar enfadada o triste conmigo o con la vida.
Días que se pasean ante mis ojos en toda su magnificiencia y plenitud y no logro asir, ni percibir siquiera, ni respirar un halo de su estela irrepetible.
Días que tengo ganas de llorar hasta la muerte y de limpiarme y lamer y refrescar mi dolor, mis heridas, mis penurias.
Días que olvido el sonido de tu risa, la luz de tus ojos, el milagro de un bebé, la solemnidad del bosque, la cuna del mar y el abrigo de un abrazo.
Días que no sé qué me ocurre y eso es lo que más molesta: no poder darle un nombre, no saber cómo llamarlo, no reconocer su origen.
Algunos de esos días me vence la apatía y voy de un lado a otro, como un fantasma, sin rumbo, sin destino, sin explicación. Me dejo llevar, me entrego a la turbación de ser sin ser, a lo desagradable de su sensación. Me rindo. Abdico. Ni siquiera me molesto en luchar.
Otros de esos días son todo lo contrario: me planto, firme, vencedora, temible. Miro mi abandono, mi dejadez y desidia, aso el toro por los cuernos, sujeto las riendas de mi caballo, me lo enfrento y le digo: "vamos, vamos a cabalgar, hermano, dentro de la podredumbre si es necesario, pero cabalguemos." Y lo hacemos: practicamos. Volvemos a experimentar la gloria de la existencia, vivenciamos la inmensidad del cosmos anidada en nuestro cuerpo y nos extasiamos.
Esos días establezco un reto, me propongo un desafío: ser estable, equilibrada, vivir ecuánime, imperturbable, igual ante la luz que ante las sombras, igual ante el amor que ante el peligro.
¿Es tal vez el desequilibrio mi equilibrio? Si así fuera, sencillamente se trata de aceptarlo. Sin embargo, intuyo que tras esos velos informes de mi ignorancia actual, se halla la verdadera luz de mi conciencia, que sabe, desde siempre, que el fiel de la balanza es el punto exacto de perfección: y ahí es donde quiero habitar, en el camino del medio.

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