Imagina...

Imagina un mundo en llamas, un mundo de terror, un mundo de destrucción. Eres un pequeño niño de siete años. Papá se fue y no has vuelto a saber nada de él, mamá lucha por conseguirte alimento y agua cada día, ni que sea un mísero trozo de pan y un poco de caldo con arroz; de vez en cuando hasta puedes comer un poco de carne. El agua potable más próxima está a más de cinco kilómetros. Tampoco hay luz en casa: os ilumináis con velas que mamá apura hasta el final. Desconoces el paradero de tu hermano mayor y tu hermana menor te acompaña a todas partes (mamá te dijo que nunca la perdieras de vista). No puedes ir a la escuela. No existe: la destruyeron. Tampoco tienes un mísero juguete con que olvidar tu desgracia. Vivís en un pequeño edificio en ruinas. Durante el día, antes de salir a buscar la comida del día, mamá coloca parapetos en techo y paredes para tapar agujeros de metralla, proyectiles perdidos buscando muerte. Por la noche, aúllan las sirenas y se oyen los disparos y bombardeos. Un continuo. Bam, bam, bam. Día y noche. Día y noche. Es una ruleta. Cada nueva mañana falta un edificio. Y sus ocupantes. Tus pequeños ojos están constantemente abiertos, la sorpresa del terror cegó tus pupilas y sólo miras. Miras, sin entender. Eres muy pequeño y ya has visto demasiada sangre, demasiada barbarie. En invierno pasáis muchísimo frío, apenas hay mantas para los tres, y mamá se las ve y se las desea para conseguir que estéis mínimamente a gusto. En verano, el calor se os pega en el cuerpo, sucio -podéis lavaros una vez a la semana, lo más-, y las moscas giran a vuestro alrededor sin parar. Sales a la calle y soldados armados vigilan tus pasos. Son enormes, altos, amenazadores. Nunca os miran a los ojos. Tu hermana y tú siempre pasáis corriendo delante de ellos. Les teméis. Los has visto disparar contra tus vecinos, cuando éstos han iniciado algún ataque. Pobres. No llegaron ni a rozarlos. Tus vecinos hablan de odio, de venganza, pero tú no tienes ganas. En tu infantil comprensión y por lo que te cuenta tu mamá, entiendes que el odio genera odio y la violencia siembra violencia.

Así que cada día que pasa sueñas con un mundo mejor. No lo conoces pero sueñas que existe. Un mundo sin llamas, sin terror, sin destrucción. Un mundo donde tu papá vuelva como el que se fue a trabajar fuera. Un mundo donde mamá vuelva a dar clases en la escuela y luego te espere en casa. Un mundo donde aparezca tu hermano mayor. Un mundo donde tu hermana pueda correr y jugar sin miedo, y sin ir pegada a ti todo el día. Un mundo donde puedas ir a la escuela. Un mundo con luz y agua corriente. Un mundo con desayuno, almuerzo, comida, merienda y cena diarias. Un mundo donde tus ojos puedan mirar tranquilos y cerrarse para dormir serenamente. Un mundo en el que observes el paso de las estaciones, el invierno y su nieve, la primavera y sus flores, el verano y su agua, el otoño y sus colores. Y, sobre todo, un mundo donde se acaben el ruido, las bombas, los disparos, la ruleta de la muerte. Todo esto sueñas cada día. Y, ¿sabes? En otras partes del mundo, de ese mundo que tú ni tan siquiera imaginas, personas y niños como tú ríen, saltan, juegan, van al trabajo, al campo, a la playa, a las ciudades, a museos, cines y centros comerciales, pagan sus hipotecas, se casan, se divorcian y vuelven a casarse, tienen teléfonos móviles, ordenadores, programas basura, sistemas educativos paupérrimos, sanidades especulativas, falta de respeto por el medio ambiente -esos árboles que tú tanto amas aunque te quedan pocos alrededor-, coches, trenes, barcos y aviones -parecidos a los que bombardean a tus vecinos-, hacen vacaciones, gimnasia y actividades... y millones de cosas más que tan siquiera ni imaginas. Y en ese mundo, en ese maravilloso primer mundo, esos hombres, mujeres y niños que ni tan siquiera imaginas están llenos de temores, de pesadillas, de miedos infundados, de insomnio, de ansiedades, de pastillas contra todo y para todo, de mentiras, de soledad, de falta de comunicación, de carencia de valores, ortopédicos de sueños, minusválidos de vida... sin darse cuanta que son los privilegiados que pueden sorprenderse con el milagro de la existencia. Imagina... Imagina que eres un niño de siete años. Vives en cualquiera de las zonas en conflicto armado que existen hoy en día. Y, ¿sabes? Ellos -los del primer mundo- aún osan sentirse y creerse los desgraciados.

EL CAMBIO GLOBAL EMPIEZA POR EL CAMBIO INDIVIDUAL

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