La impermanencia de los pensamientos



La impermanencia de los pensamientos como causa permite la desidentificación con ellos y con los condicionamientos creados.


Los pensamientos están ahí, la mente los piensa -no los crea, ellos ya existían en la sustancia mental- y, al pasar por mí, los actualizo y encarno.


Eso ocurre tanto con pensamientos positivos como negativos y la buena noticia es que al no ser mis pensamientos -sólo soy la vía a través de la cual ellos se piensan- son tan inconsistentes, impermanentes e irreales como cualquiera de los estímulos del mundo exterior por los que se puede sentir desapego más fácilmente.


Mis pensamientos son impermanentes, ¡qué bendita tranquilidad!: no me pertenecen y no me condicionan puesto que no son yo.


Y eso facilita mucho el proceso hacia la felicidad porque cuando te sientes atorado por el incesante murmullo de tu mente, cuando te descubres -una y otra vez, una y otra vez- dando cuerda a ese inútil discurso mental que no conduce a ninguna parte y es un cul-de-sac de la idolatrada razón, cuando te exasperas o te bendices por las mil y una ocasiones en que vuelves la atención al proceso mental y hallas que has vuelto a caer en sus redes, que te has dejado arrastrar de nuevo por su imán atrayente… ¡chas!: se produce una chispa de lucidez que te coloca frente a la mente como objeto, no ya como sujeto-objeto y le (te) dices:


“Ah, no, hermana, yo no soy eso, yo no soy tu discurrir, yo soy -o más bien me parezco más a-aquello que es consciente de este vaivén continuo de las olas mentales… así que ahora desconecto de mi identificación con tu discurso, te observo, te indago, busco las repeticiones, los enganches, las evitaciones… y te conozco.”


Nos hacemos amigos de nuestra mente. Nos observamos y estamos atentos a cualquier reacción física, emocional o mental que surja en el proceso.


Y así puedes ir desarticulando tus trampas y, cuando puedes colocarte aún más allá (más lejos y más profundo), ves que, en última instancia, los pensamientos son del todo duales -irreales en consecuencia- y que la Realidad es el no pensamiento, porque el pensamiento es el fruto de la mente, la mente es la sede del ego y el ecosistema total de la experiencia aquí y ahora no puede aprehenderse a través de ellos, sino a través de la unidad en la apertura, y en la aceptación incondicional de Lo que Es.


No somos pensamiento, no somos idea, de hecho, no somos nada más que un sinfín de agregados transformadores de energía universal primaria.


Todo ya está hecho, pensado y creado.


Sólo pasamos, transcurrimos para ir despertando, para aprender y enseñar -en verdad, la misma cosa- lo que hemos descubierto.


No hay nada que hacer.


Todo Es Ya.


Ahora.


Por Siempre.


Uno.

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