El descubrimiento del aspecto yin

Por tradición secular, las gentes -y la sociedad resultante de ellas- acostumbramos a buscar el reto, el deseo intenso de mejorar y avanzar, la superación, el movimiento expansivo, direccional, siempre hacia adelante, siempre a más...
Y está bien, es beneficioso y enriquecedor. Pero para que esa tendencia no se vuelva algo rígido que nos aprisiona y nos contrae, privándonos de libertad (siempre más, más, más... citius, altius, fortius) debe verse compensada por su complementaria: el abandono, la rendición, el descanso, la desconexión, la capacidad de soltar, de fluir, de abrir, de relajarse, de estar sin hacer, de simplemente ser y percibir qué ocurre realmente en nuestro interior y a nuestro alrededor.
Cuanta más fricción hay fuera (en forma de tránsito de estación, de crisis, de procesos de cambio en definitiva), más necesidad de dejar de ir hacia el exterior constantemente [¿qué creéis que vamos a encontrar que no tengamos ya con los años que llevamos allí sin conocer el aquí?] y de permitirnos la mayor y más interesante aventura que podemos experimentar en la vida: el viaje hacia nuestro interior.

"Tenemos dos opciones. Puedes verte envuelto en esa batalla perdida de intentar estar en otro sitio del que estás -es normal: una respuesta habital a algo que no te gusta-. O puedes relajarte y dejar de intentar controlar dónde estás: eso te enseña lo que es auténtico y verdadero".

Se trata de aceptar nuestro punto de partida y desde ahí empezar el viaje de la vida, el viaje hacia nosotros mismos, y transformar nuestro interior para saber desarrollarnos óptimamente en el exterior.

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