La concentración


La mente tiende a la difusión, a la sucesión; sólo puede concentrarse en una única cosa a la vez, y cuando no está concentrada salta de una a otra, al azar. Por eso, debe concentrarse en una sola idea, en un único tema de meditación, en un único objeto de contemplación, en un particular objeto de deseo a fin de poder poseerlo o dominarlo, y esto debe hacerse también, al menos, con la temporaria exclusión de todos los demás.

Pero aquello que se halla más allá de la mente, aquello a lo que aspiramos elevarnos, es superior al proceso del pensamiento, superior a la división de las ideas. El Divino está centrado en sí mismo, y cuando origina ideas y actividades no se divide ni se deja aprisionar por ellas, sino que las percibe, tanto ellas como su propio movimiento, en su infinidad; indivisa, toda su esencia permanece tras cada idea y cada movimiento y, al propio tiempo, detrás de todos ellos.

A causa de esta unicidad, cada una de las ideas y actividades se manifiesta espontáneamente, no a través de un acto o deseo separado, sino por la fuerza general de la conciencia subyacente; aunque nosotros percibamos cada una como una separada concentración de Aspiración y Conocimiento divino, se trata de una concentración múltiple, equitativa y no exclusiva; su realidad es, de hecho, una manifestación libre y espontánea que actúa en la unidad y en la infinidad.

El alma que se ha elvado hacia el Samadhi divino [concentración extática] participa en la medida de su realización en esta invertida condición de elementos: la verdadera condición, ya que la verdad es el reverso de nuestra mentalidad. De ahí que, como se indica en los libros antiguos, la persona que se ha unida al Yo alcanza espontáneamente, sin necesidad de concentrarse con el pensamiento, el conocimiento o el resulado que esa Idea o aspiración suya desea alcanzar.

El objeto de nuestra concentración debe ser alcanzar este estable estado divino. El primer paso para concentrarse debe ser siempre el de acostumbrar a la mente discursiva a la meta fija y estable de un único flujo de pensamientso conectados y dirigidos hacia un solo punto, y ello ebe hacerse sin dejarse distraer por las atractivas y ajenas llamadas que suscitan su atención.
Este tipo de concentración es corriente en nuestra vida ordinaria, pero se vuelve más difícil cuando tenemos que llevarla a cabo en nuestro interior sin el apoyo de un objeto exterior o una acción hacia los que enfocar la mente; sin embargo, esta concentración interior es la que el aspirante al conocimiento debe realizar. No debe ser simplemente el pensamiento consecutivo del pensador intelectual, cuyo único objetivo es concebir y vincular intelectualmente todas sus ideas. Ni tampoco, excepto quizá en un principio, un proceso de razonamiento que intente concentrarse al máximo en la fructífera esencai de la idea, la cual, gracias a la insistencia del alma, acaba revelando todas las facetas de su verdad.


Sri Aurobindo

Sri Aurobindo ha sido uno de los más grandes sabios filósofos y yoguis del siglo XX. Su evolutivo yoga integral ha atraído la atención de gran número de eruditos occidentales y estudiantes de yoga.

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