Reflexiones tras la sesshin en Luz Serena

Zazen es entrega.
Tras la aparente rigidez y disciplina en la postura, tras el inicial control respiratorio, tras la ebullición de apegos y aversiones, tras las dificultades a causa de la ignorancia, aparece el mar, la fluidez, la profundidad de las aguas del océano respiratorio, el punto cero, alfa y omega, principio y fin, todo y nada. La paz, fruto de la apertura, de la receptividad, del abandono de las impresiones físicas, emocionales y mentales que han creado la estructura hasta entonces. Aquello que has creído ser. La vida y la muerte es el asunto esencial, como dice el sutra.

Samu también es entrega, es amor.
Amor en acción, en movimiento, desapego del fruto de la acción, atención en la crianza y el cuidado del fruto no en el fruto en sí. Servicio, karma yoga. Plena realización en el dar y el recibir: la gloria de descubrir que recibes a partir del propio acto de dar. Samu es AMOR, en mayúsculas.

Sangha es el bosque. Cada árbol con su historia, único, excepcional, original, idiosincrático. Pero cada uno de ellos es parte de un bosque, mayor que la suma de la belleza de cada uno de los árboles por separado. Sangha es un bosque: árboles mecidos por la misma brisa, regados con la misma lluvia, acogidos y alimentados por la misma tierra, nutridos por el mismo sol y las mismas estrellas. Sangha: uno. Siempre. Ad eternum.

Nosotros somos la Vía. Somos los practicantes y los practicados. La Vía a través de la cual la Vida (energía-amor-sabiduría) es consciente de su propia existencia. El medio a través del cual pasan los actos y los pensamientos. Somos hacedores, no el Hacedor. La Vida se hace a través nuestro. Somos pensamientos, no el Pensador. La Vida se piensa a través de nosotros. Somos Vías, por eso nos practicamos.

Dedico estas palabras con todo mi amor, veneración y respeto al maestro Dokushô Villalba y a todos los integrantes del mandala del Océano Puro de la sesshin celebrada en Luz Serena entre los días 1 y 6 de agosto. Les amo profundamente, a todos.