Post Sadhana. Encuentro 07/07 I


A veces los procesos asustan porque duelen, porque consisten en atravesar un estado de dolor, de purificación, de abandono de viejos hábitos y patrones caducos y trasnochados, que nada nos aportan y mucho nos perjudican. Éste es el momento que ahora vivo: un cambio, una crisis, una oportunidad de crecimiento que supone un reconocimiento de mi ser y de mis potencialidades, una deseada renuncia del lastre que carga mi alma de preocupaciones, pesares y emociones no integradas y un alcance real de la capacidad de elección, porque siempre es así: siempre elijo, siempre creo y no he sido responsable y consciente de ello en muchas ocasiones.
Sé que algo de mi vida ha de cambiar, lo sé, lo intuyo, lo siento, lo percibo, sé que es real, que se mueve, se anticipa y me dice hacia dónde caminar. Sé que la luz guía mis pasos, que Dios nunca me abandona, que yo soy su Hija y lo albergo y él es mi Padre y le honro.
Sé que mis compañeros son hermanos del alma que me apoyan y me quieren y me acompañan con amor, respeto y silencio desde sus propios estados de evolución actual. Me encanta reconocerme en sus ojos y palabras. Adoro hablar con mis maestros (gracias, Arju) y que con su dulzura y amor me expresen su opinión sobre mi estado.
Éste último encuentro ha sido la culminación y la cosecha de todo un proceso sembrado, regado, abonado y podado a lo largo del año. He conseguido retirar uno de los grandes velos (sino el mayor) que me cubría: soy tierna, soy dulce, soy blandita, suave como una nube de algodón, como un peluche, que sólo quiere ser abrazado y acunado y cantado y amado.
¡Cuánta dureza había colocado ante mi corazón! ¡Qué gran coraza por temor al dolor, al rechazo, al abandono, a la indiferencia, a la herida, cuando esa coraza era en realidad la causante de mi dolor! ¡Qué estrategia más inútil: mi pobre corazón siempre pujando por salir, atado, maniatado, oprimido, demandando a voces atención, cariños y cuidados, nanas, besos y abrazos! Pero ahora empiezo a liberarlo y lo hago a través de las lágrimas, lágrimas que me purifican, que me sanan y me limpian de rencores y de penas, de juicios y deseos. Ahora este mi corazón asoma tímido en mi pecho, en mis ojos, en mis labios y mi sonrisa y a través de mis palabras solicita qué desea. Ahora mi corazón se ha desatado de los falsos lazos de seguridad que lo atenazaban. Ahora prefiere mostrarse y decir, ¡hola!, ¿quieres ser mi amigo?, ¿te apetece que juguemos, que nos conozcamos, nos exploremos, que nos ayudemos y crezcamos en armonía?, ¿te apetece?
Y así es mucho mejor y así nada duele y la vulnerabilidad y la bondad están para mostrarlas, para que otro ser humano se maraville ante su visión y comprendamos que el camino del corazón es el camino del alma y el camino de Dios.
Dios es Amor, tan sólo y únicamente Amor. De nada sirven los conocimientos, la sabiduría, las más excelsas vivencias transpersonales, ... si a tu lado no hay alguien con quien compartirlo. Dios creó el mundo porque no se divertía solo, porque todo era muy aburrido, y se olvidó de dónde venía e hizo que todos lo olvidaran. Pero al crear otros corazones, otros seres, existió la posibilidad de recordar a través de los otros (recordar, re-cordis: volver a pasar por el corazón). Al existir el Otro, el Uno toma conciencia de sí para conocer que el Todo habita en él y en el Otro.
Dios es Amor y es Luz, la luz que emana de tu corazón, la luz que proviene del centro de tu alma, la luz que te conduce directamente a Dios. Porque el Sí Mismo es retroalimentador y él se vivencia a través de ti y tú lo albergas y él es tu soplo de vida.

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